domingo, 23 de marzo de 2008

Otoño

Despertó con su cara pegada contra la mesa. Abrió lentamente los ojos, intentando retener alguna imágen del reciente sueño. Vió la novela abierta junto a su brazo y, un poco más allá, el tazón rojo.
El Va Pensiero de Verdi le hizo más agradable la vuelta a la realidad. Entonces, irguió su cuerpo y se desperezó. El olor a granos del café le puso hambriento; no le vendría mal un pan amasado y un café cortado.
Frente a el una tela inacabada: un gran lienzo en tonos azules y medias tintas del convento de San Francisco de Valparaíso. A un metro, en el borde de la mesa atestada de catálogos, libros, Cds., dos copas de vino, óleos, frascos y disolventes más los cuerpos estirados y sucios de los pinceles, un chocolate a medio comer. Se tomó la frente y los cabellos. Se restregó los ojos y se acarició la incipiente barba. Resignado ya a perder sueño fué hasta la ventana del taller. Tras la ventana y el vidrio la ciudad como una hembra lánguida y somnolienta, gris y fría. Miró el trozo de calle, una señora barriendo las hojas caídas, una chica guapa paseando al perro.
Amanecer solo y en otoño no le hacía mucha gracia, pero, ni siquiera su más reciente y fiel musa se dejaba seducir por el vino, la buena cocina y la buena conversa y la pipa de hachís sin oponer, en ocasiones, feroz resistencia y no acabar envuelta en sus brazos y las sábanas en el sillón cama.
Las minas le aman y le huyen, es su sino. El las ama y, pocas veces, las retiene.
Descartó a Piazzolla, prefiriendo las Gimnopedias de Satie para el desayuno. Subió el volumen y comenzó a preparar café. No tenía pan amasado, apenas un resto de pan integral en la bolsa del supermercado. Se engulló, por descarte, un gran trozo de queso, mientras preparaba el tazón. De pronto, junto a la puerta y a un costado de la cantidad de fotos y bocetos adheridos a la pared, notó un papelito:
José, sabés que mi respuesta es no.
Pero gracias por intentarlo. Sos un amor.
Un beso, Luz.
Ni siquiera lo despegó. Sonrió con el gesto del lápiz labial en el borde del mensaje. La cafetera le avisó que esa mañana, y las seguidas, desayunaría solo, teniendo en cuenta el detalle de su Luz. Fué hasta sus telas y buscó un retrato. Sentado en el piso observó la mirada coqueta, los labios gruesos y el lóbulo pequeño; se conmovió, o sería la costra de soledad que mes a mes iba cubriéndole?
"Qué más da", pensó. "Es otoño, los ojos se vuelan, el alma se dispara"

1 comentario:

claudia puig dijo...

Qué bien escribes...me gustan esas imágenes una tras otra....
Te felicito por tu blog!